Vivimos en un mundo en el que hemos tenido que normalizar la contaminación acústica de nuestro entorno, convirtiendo los ruidos de los autos, las construcciones, la música que escuchamos o el volumen del televisor en algo cotidiano, sin pensar en que la exposición prolongada a ruidos excesivos puede dañar los oídos y provocar un cambio significativo en la capacidad auditiva.
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