Gabriela ha sufrido toda su vida de ansiedad. A sus 35 años, cuando debió confinarse por la pandemia, extremó todas las medidas de seguridad en su hogar para no contagiarse, y le costó mucho volver a salir a la calle. Al regresar a la presencialidad en el colegio donde trabaja, comenzó a vivenciar ciertas crisis: «Me daba una sensación de angustia y taquicardia, pensaba que me iba a morir», dice.
Cuando buscó ayuda, el psicólogo le diagnosticó agorafobia: un trastorno psiquiátrico que está en el rango de los trastornos de ansiedad, y alude a un temor intenso a ciertos lugares, donde la persona se siente vulnerable y con dificultad de escapar, y donde tiene tendencia a sufrir una crisis de pánico o cree que quedará en vergüenza por alguna situación anticipatoria, como pensar que se pueden orinar o vomitar frente a la multitud.
El término agorafobia fue acuñado por el neurólogo y psiquiatra alemán Carl Westphal en 1872. Su origen deriva de las palabras griegas «agora», que significa plaza, y «phobos», un temor intenso a ciertas situaciones u objetos.
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