La ansiedad predomina en nuestra sociedad a base de exigirnos, de no saber esperar, impone una relación que nos lleva a un malestar generalizado: no saber estar solo y soportarse a uno mismo. En este sentido, explica el psicoanalista y académico de la carrera de Psicología de la Universidad Andrés Bello sede Concepción, Marcelo Nilo, es clave diferenciar angustia de ansiedad.

La primera, detalla, es por causa de un conflicto psíquico, es decir, es interna.  Se “cancela” de forma transitoria con un objeto, por ejemplo, un cigarro, alcohol, redes sociales o, incluso, la necesidad exigente de estar con otros para no estar solos. La segunda, en cambio, es externa y se vive como viniendo de afuera para evitar el encuentro con un conflicto interno. En psicoanálisis se piensa que no hay objeto para reducir la angustia.

“Es evidente que la ansiedad es también una enfermedad que abarca el cuerpo. La pierna que no se queda quieta o la mano que no para de temblar lo testifican. El cuerpo del ansioso no para. Así, encubre la angustia. Es una la forma de huir de lo que nos pasa. La persona busca algo que lo calme, que reduzca la tensión corporal y que la mantenga en la tranquilidad. La voracidad que se genera con la ansiedad no tiene límite (“no tengo tiempo”, “no aguanto más”, etc.). La angustia, por el contrario, nos confronta con nosotros mismos, y en ese encuentro, por ahí se hace posible reflexionar sobre lo que nos sucede”.

Por otro lado, explica el experto, el aburrimiento coloca al yo en un lugar pasivo. No actúa, busca ser estimulado y se es pasivo frente a su consecuencia, la irritabilidad. Surge la triada: ansiedad – paciencia – aburrimiento.

Esperar irrita. Algunos adolescentes asumen una posición frente al tiempo del “ahora ya”, donde los pedidos tienen que ser rápidos por no saber lidiar con el enojo. El pensamiento omnipotente de los adolescentes es creer que se tiene bajo control incluso el tiempo. Tenemos así: ansiedad-tiempo-irritación.

Actos irreflexivos

Hoy, los adolescentes se ven confrontados con la necesidad de “hacerse cargo de ellos mismos” sin contar con recursos para lidiar con la ansiedad, la irritabilidad, el aburrimiento y la impaciencia.

Las exigencias (por ejemplo, la necesidad de esperar), hoy en día, moviliza altos montos de ansiedad, entonces, por la vía del apaciguamiento rápido, vemos el aumento del diagnóstico de Trastornos de Ansiedad Generalizada.

“Los nuevos enfermos son medicados y no hay un espacio para hablar de lo que les pasa. pensar sobre ello y confrontarse con la angustia de lo que les sucede e implicarse en lo que les sucede. Diferente de la angustia, la ansiedad no paraliza y motoriza actos que no responsabilizan al individuo, porque “no hay tiempo” para reflexionar – no hay tiempo para uno mismo”, analiza Nilo.

La adolescencia, agrega, es una época en que uno tiene que lidiar con distintos procesos, tales como las mudanzas en el cuerpo y sus consecuencias, los ritmos, las responsabilidades, y la adultez que se ojea. El adolescente se ve confrontado con el encuentro de “qué es lo quiere”. Esto lo vive, hoy en día, con ansiedades propias y que vienen del ambiente (la sociedad, la familia, los padres). Por ende, el no tener tiempo y no conocerse conlleva a elecciones que suelen ser vividas por los adolescentes como “apresurados” o “forzadas”, generando ansiedad.

Como uno enfrenta el no tener tiempo y el conocerse, ya que ocurren de manera paralela, es muchas veces la razón para disentimientos. 

Adolescencia extendida

“La adolescencia no solo es una etapa del desarrollo en términos sociales, sino que es una fase del desarrollo psíquico. Muchos crecen físicamente y alcanzan la adultez, pero psíquicamente, más allá de la edad, siguen siendo adolescentes internamente”.

Con las exigencias culturales, los jóvenes se ven confrontados con este conflicto psíquico, necesario, para el pasaje hacia la adultez – y la responsabilidad que trae.

El conflicto frente a tales exigencias parece desaparecer cada vez que se busca afuera, para “evitar” confrontarse con la angustia que se genera por tener que soportarse a sí mismos – lo opuesto seria poder estar solos y reflexionar sobre lo que se quiere.

El adolescente no se soporta a sí mismo porque está en una etapa de encontrarse. Pero este encontrarse no es instantáneo y, cuando no se encuentra, huye y se pierde en una “serie” de objetos, buscando afuera en vez de buscar en su mundo interno.

Voracidad

La ansiedad es una voracidad no solamente de la mirada (comemos mirando series); es también una voracidad del apetito o del tener (el consumo) y, cuando se acaba el momento de disfrute, aparece el vacío – algo dentro de nosotros se torna insoportable y hace volver la necesitamos de huir de objetos en objeto. Utilizar los objetos inhibe el pensar, especialmente si se mira un capítulo tras otro.

Por todos esos vectores de fuerzas, el adolescente ansioso se torna sensible a las opiniones de los otros, porque las toma como un ataque, producto de las proyecciones de su malestar (“no me dejan tranquilo”, “me reclaman por todo”, etc.). Los comentarios de los padres despiertan enojos infantiles que siempre estuvieron dentro de ellos congelados y que salen expulsados – vomitados sin reflexión. Sus padres les muestran lo extraño que convive con ellos, esos enojos y reproches callados hacia ellos mismos. Por eso, para los padres, puede resultar difícil lidiar con adolescentes.

Al adolescente es interesante que se le plantee cómo lidiar con los conflictos actuales sin ponerse ansioso y actuar desde ese lugar. “Cuando lidian con los conflictos, logran movilizarse y generan grandes cambios,  por ejemplo, como ocurrió con las manifestaciones sociales”, concluye.