Hace algunos días fue la ‘Semana del Acceso Abierto en Chile’, con eventos nacionales organizados por diversas Instituciones de Educación Superior en Santiago, Concepción, Temuco y Tarapacá; que por primera vez fueron apoyadas por infraestructuras institucionales financiadas desde proyectos ANID; en su mayoría, INES de Ciencia Abierta que ANID inauguró el 2021 con 12 adjudicaciones y este 2022 con otros 5 más, sumándose a los esfuerzos de hacer la ciencia más transparente, democrática, usable y diversa.

Aun así, otras cosas curiosas ocurren en las universidades nacionales, que nos hacen cuestionarnos cuan dispuestas se encuentran respecto a abrirse al país en estos momentos. Consideremos el contexto, la pandemia de COVID-19 que modificó muchísimos hábitos y conductas respecto a nuestros espacios colectivos, y también el estallido social manifestó una desconfianza entre nosotros, que el plebiscito de salida no ayudó a superar y nos pone a la defensiva, especialmente en lo que refiere al cuidado de la infraestructura.

Confianza e infraestructura no son solo la base de la democracia, sino que también de la Ciencia Abierta y permea otros elementos de su ecosistema, la educación abierta y los recursos educativos abiertos. Por ello, cuando hablamos de abrir el conocimiento no solo nos deberíamos referir a hacer accesible, tanto a los y las estudiantes por medio de videoclases, innovaciones bibliotecarias y otras experimentaciones de aprendizaje de los bastos y diversos conocimientos que se cultivan en el país, como también a toda la ciudadanía, sino que también al relacionarse con estos espacios de producción, gestión y descubrimiento.

Esto último no se condice con la dificultad de acceder a los espacios universitarios, que no solo requieren entregar cada vez más datos personales y biométricos de los cuales desconocemos todos sus usos (como aquellas salas que graban e identifican los rostros de todos los estudiantes y visitantes diarios), sino que también que prohíben el encuentro de otras personas ‘sin autorización’, cerrando las infraestructuras y espacios. Las universidades, como reflejo de la sociedad, han manifestado barreras en el acceso, ya no solo al conocimiento, pero a sus propios espacios. ¿Cómo podemos hacer universidades accesibles y seguras? ¿Cuáles son las prácticas que nos permiten construir infraestructuras democráticas para el conocimiento? ¿Y porque las universidades promueven el acceso abierto, pero cierran sus puertas a quienes no son ‘clientes’ de ellas? La ciencia abierta nos invita a reflexionar sobre estas preguntas y relaciones entre confianza, infraestructura y conocimiento, desde los artículos académicos hasta el acceso a las bibliotecas y cafés para encontrarnos y dialogar.

Esperamos que más y más se nos unan en la búsqueda de espacios profundamente accesibles para todas y todos en las universidades chilenas.

Ricardo Hartley Belmar, Director proyecto InES Ciencia Abierta, UCEN
Martin Perez Comisso, Investigador CTS, U. Estatal de Arizona